Ensayo y
miscelánea, poesía y testimonio y un diálogo con grandes escritores
latinoamericanos arman la singular propuesta del poeta Eduardo Espina en
tSURnamis Vol 1.
“Estas, las palabras, son las intérpretes principales de la
presente colección de apuntes del habla literaria”, dice en el “Proemio”
de tSURnamis Vol1 Eduardo Espina, y efectivamente tal cosa se comprueba
tanto por el protagonismo de las palabras como por denominarlos
apuntes, sobre todo porque están apuntando simultáneamente a quien
escribe y a quien sondea y capta con la inteligencia y la imaginación
como puntos de afincamiento en un trayecto a la vez temporal y espacial:
hacia los recuerdos y entre el Sur del Norte (Texas) y el Sur del Sur
(Montevideo).
Son once puntos, once capítulos, de desigual extensión y
enfoque, ninguna uniformidad por tanto sino variaciones que permiten
abarcar distintas perspectivas en torno del hecho literario. Hay tres
poetas compatriotas del autor (Delmira Agustini, Marosa di Giorgio,
Mario Benedetti), dos de la otra orilla (Borges y Cortázar), tres
mexicanos (Carlos Fuentes, Octavio Paz y José Emilio Pacheco) y un
colombiano (Gabriel García Márquez) si nos atenemos a la figura central
de cada capítulo, pero al discurrir sobre ellos, no sólo surgen otros
nombres -otras literaturas- sino también films, canciones, pinturas,
historietas, dichos. Al referirse a “La muralla y los libros” de Borges,
Espina parece aplicar a su escritura lo mismo que allí afirma al evocar
a Montaigne, William Hazlitt o Robert Louis Stevenson, “maestros en el
arte de repensar las posibilidades expresivas del ensayo misceláneo a
partir de perspectivas inauditas por la generosidad de motivos y
recursos expresivos utilizados. El ensayo moderno no puede ser menos que
eso: una expansión de frases reanudables con variedad de objetivos”.
Así es que una supuesta primera expectativa que podría
despertar el libro –encontrarse con una serie de textos que se ajustaran
a ciertas convenciones de género, el ensayo en este caso, valga
repetirlo– enseguida queda frustrada porque no hay reglas a priori, en
todo caso es el autor quien va fijando las suyas en las elecciones de
tono, escenarios y personajes. Quizá parezca extraño hablar de
personajes y escenarios, pero efectivamente aquí se arman escenas, que
bien pueden ser resultado de una visión imaginativa como en el caso de
Delmira Agustini y el desenlace de su vida, o un encuentro en Montevideo
con Jorge Luis Borges frente a un desayuno, o el silencioso diálogo con
José Emilio Pacheco junto a una piscina.
La narración aporta entonces lo suyo, deja entrever,
conjeturar, suscita cierto suspenso y curiosidad, nada hay de
previsible, es necesario tener en cuenta detalles que deben retenerse y
acopiarse mientras se sigue el entramado de una historia tejida con
comentarios, digresiones, puntos de viraje, vueltas y revueltas para, en
el camino andado, ir armando un sentido ya que “el ensayo es un tour de
force que exige atención, pero principalmente, detención. Invita a
quedarse por un rato en las frases y encontrarles la vuelta”.
Otro rasgo no poco sorprendente si nos empeñamos en pensar
en lo esperable en este tipo de escritos, es la presencia del humor que
surge por juegos de palabras, ironías o parodias, o bien cuando se
impone una mirada cómica, seriamente cómica: “durante los 45 minutos que
estuvieron en el estadio Centenario los equipos empataban a cero, por
lo tanto, ambos escritores murieron sin haber gritado nunca un gol” (los
escritores son Enrique Amorim y Jorge Luis Borges), o “Aquella versión
mexicana de Jay Gatsby defendiendo causas ganadas conservaba bien
adiestrado al exhibicionismo de la inteligencia” (acerca de Carlos
Fuentes) o, “tanta lacrimógena oligofrenia derrochada en su memoria con
forma de lenguaje fingido, zalamero (por ser usado por muchos escritores
salames), cursilón” (a propósito de necrológicas sobre García Márquez).
Se ve en estas dos últimas citas una actitud crítica
explícitamente jugada. Lejos de toda pretendida e imposible objetividad,
el sujeto que escribe está manifiestamente presente, refiere hechos y
expone sus preguntas, sus hipótesis y opiniones desde una clara y
contundente primera persona que no disimula bajo una mirada
supuestamente aséptica, juicios de valor emitidos desde ese lugar de
razón apasionada tan evidente en estos escritos donde tiene también su
lugar, y no poco relevante, el autocontemplarse y manifestar
sentimientos. Y esto depara a quien lee, además del interés por
continuar, una suerte de contenida emoción, simétrica quizá con la de
quien ha escrito desde su íntima relación con la literatura portando esa
desordenada biblioteca que es para Espina la memoria.
Las palabras en movimiento continuo fluyen, se encabalgan,
derivan y combinan. La modulación marca un ritmo más rápido o lento,
pero sostenido. Al desligarse de compartimentaciones de género pueden
aflorar circunstancias biográficas y sobre todo autobiográficas. El que
ha leído y lee cuenta la experiencia de lectura, y la escribe situándola
en momentos y lugares, inevitables. No otra cosa sucede cuando no es
posible sino mirar retrospectiva y proyectivamente una obra como la de
Octavio Paz.
Tal modo de acercamiento a la palabra literaria, a través de
“los yoes” está en las antípodas de una crítica meramente
impresionista, hecha de comentarios casuales, ocurrencias de momento o
anécdotas donde prevalecería una especie de liviandad supuestamente
iluminadora. Al contrario, la movilidad interior del discurso y los
matices que exhibe son la resultante de una incesante reflexión donde
nada es aleatorio. Valga considerar por ejemplo cómo recurren ciertos
núcleos siempre interrogados como el devenir y su incertidumbre, el modo
en que se enlazan motivos y episodios, las sutiles interpretaciones de
poemas y relatos, en fin, la infinita posibilidad del ensayo.
Humor, detalle, recurrencias, obsesiones y reales
presencias, conjuntamente, suman a estos apuntes-ensayos otra faceta
genérica: el testimonio. Testigo involucrado, Espina pasea con Marosa di
Giorgio, conversa en alguna ocasión con Fuentes, recuerda a Benedetti, y
así siguiendo. Con lo visto, oído, leído, escrito, pensado, imaginado,
puede concebir su texto como el backstage de un escritor en una
geografía sureña, “que da motivos” para armar el “álbum”.