lunedì 25 settembre 2017

SEDEF ECER --- E-passeur.com












Texte et mise en scène : Sedef Ecer
Musique : Richard Dubelski
Vidéos : François Roman
Avec : Richard Dubelski, Fehmi Karaarslan, Estelle Meyer
Née à Istanbul, romancière, auteure dramatique, scénariste, Sedef Ecer pratique plusieurs formes d’écriture en turc et en français. Ses différentes pièces en français ont été accueillies par des théâtres ou des festivals importants, traduites en polonais, en turc, en allemand, en arménien, en anglais et montées à l’étrange








giovedì 7 settembre 2017

Eduardo Espina ----- tSURnamis Vol 1 ----










Ensayo y miscelánea, poesía y testimonio y un diálogo con grandes escritores latinoamericanos arman la singular propuesta del poeta Eduardo Espina en tSURnamis Vol 1.



“Estas, las palabras, son las intérpretes principales de la presente colección de apuntes del habla literaria”, dice en el “Proemio” de tSURnamis Vol1 Eduardo Espina, y efectivamente tal cosa se comprueba tanto por el protagonismo de las palabras como por denominarlos apuntes, sobre todo porque están apuntando simultáneamente a quien escribe y a quien sondea y capta con la inteligencia y la imaginación como puntos de afincamiento en un trayecto a la vez temporal y espacial: hacia los recuerdos y entre el Sur del Norte (Texas) y el Sur del Sur (Montevideo).
Son once puntos, once capítulos, de desigual extensión y enfoque, ninguna uniformidad por tanto sino variaciones que permiten abarcar distintas perspectivas en torno del hecho literario. Hay tres poetas compatriotas del autor (Delmira Agustini, Marosa di Giorgio, Mario Benedetti), dos de la otra orilla (Borges y Cortázar), tres mexicanos (Carlos Fuentes, Octavio Paz y José Emilio Pacheco) y un colombiano (Gabriel García Márquez) si nos atenemos a la figura central de cada capítulo, pero al discurrir sobre ellos, no sólo surgen otros nombres -otras literaturas- sino también films, canciones, pinturas, historietas, dichos. Al referirse a “La muralla y los libros” de Borges, Espina parece aplicar a su escritura lo mismo que allí afirma al evocar a Montaigne, William Hazlitt o Robert Louis Stevenson, “maestros en el arte de repensar las posibilidades expresivas del ensayo misceláneo a partir de perspectivas inauditas por la generosidad de motivos y recursos expresivos utilizados. El ensayo moderno no puede ser menos que eso: una expansión de frases reanudables con variedad de objetivos”.
Así es que una supuesta primera expectativa que podría despertar el libro –encontrarse con una serie de textos que se ajustaran a ciertas convenciones de género, el ensayo en este caso, valga repetirlo– enseguida queda frustrada porque no hay reglas a priori, en todo caso es el autor quien va fijando las suyas en las elecciones de tono, escenarios y personajes. Quizá parezca extraño hablar de personajes y escenarios, pero efectivamente aquí se arman escenas, que bien pueden ser resultado de una visión imaginativa como en el caso de Delmira Agustini y el desenlace de su vida, o un encuentro en Montevideo con Jorge Luis Borges frente a un desayuno, o el silencioso diálogo con José Emilio Pacheco junto a una piscina.
La narración aporta entonces lo suyo, deja entrever, conjeturar, suscita cierto suspenso y curiosidad, nada hay de previsible, es necesario tener en cuenta detalles que deben retenerse y acopiarse mientras se sigue el entramado de una historia tejida con comentarios, digresiones, puntos de viraje, vueltas y revueltas para, en el camino andado, ir armando un sentido ya que “el ensayo es un tour de force que exige atención, pero principalmente, detención. Invita a quedarse por un rato en las frases y encontrarles la vuelta”.
Otro rasgo no poco sorprendente si nos empeñamos en pensar en lo esperable en este tipo de escritos, es la presencia del humor que surge por juegos de palabras, ironías o parodias, o bien cuando se impone una mirada cómica, seriamente cómica: “durante los 45 minutos que estuvieron en el estadio Centenario los equipos empataban a cero, por lo tanto, ambos escritores murieron sin haber gritado nunca un gol” (los escritores son Enrique Amorim y Jorge Luis Borges), o “Aquella versión mexicana de Jay Gatsby defendiendo causas ganadas conservaba bien adiestrado al exhibicionismo de la inteligencia” (acerca de Carlos Fuentes) o, “tanta lacrimógena oligofrenia derrochada en su memoria con forma de lenguaje fingido, zalamero (por ser usado por muchos escritores salames), cursilón” (a propósito de necrológicas sobre García Márquez).
Se ve en estas dos últimas citas una actitud crítica explícitamente jugada. Lejos de toda pretendida e imposible objetividad, el sujeto que escribe está manifiestamente presente, refiere hechos y expone sus preguntas, sus hipótesis y opiniones desde una clara y contundente primera persona que no disimula bajo una mirada supuestamente aséptica, juicios de valor emitidos desde ese lugar de razón apasionada tan evidente en estos escritos donde tiene también su lugar, y no poco relevante, el autocontemplarse y manifestar sentimientos. Y esto depara a quien lee, además del interés por continuar, una suerte de contenida emoción, simétrica quizá con la de quien ha escrito desde su íntima relación con la literatura portando esa desordenada biblioteca que es para Espina la memoria.
Las palabras en movimiento continuo fluyen, se encabalgan, derivan y combinan. La modulación marca un ritmo más rápido o lento, pero sostenido. Al desligarse de compartimentaciones de género pueden aflorar circunstancias biográficas y sobre todo autobiográficas. El que ha leído y lee cuenta la experiencia de lectura, y la escribe situándola en momentos y lugares, inevitables. No otra cosa sucede cuando no es posible sino mirar retrospectiva y proyectivamente una obra como la de Octavio Paz.
Tal modo de acercamiento a la palabra literaria, a través de “los yoes” está en las antípodas de una crítica meramente impresionista, hecha de comentarios casuales, ocurrencias de momento o anécdotas donde prevalecería una especie de liviandad supuestamente iluminadora. Al contrario, la movilidad interior del discurso y los matices que exhibe son la resultante de una incesante reflexión donde nada es aleatorio. Valga considerar por ejemplo cómo recurren ciertos núcleos siempre interrogados como el devenir y su incertidumbre, el modo en que se enlazan motivos y episodios, las sutiles interpretaciones de poemas y relatos, en fin, la infinita posibilidad del ensayo.
Humor, detalle, recurrencias, obsesiones y reales presencias, conjuntamente, suman a estos apuntes-ensayos otra faceta genérica: el testimonio. Testigo involucrado, Espina pasea con Marosa di Giorgio, conversa en alguna ocasión con Fuentes, recuerda a Benedetti, y así siguiendo. Con lo visto, oído, leído, escrito, pensado, imaginado, puede concebir su texto como el backstage de un escritor en una geografía sureña, “que da motivos” para armar el “álbum”.